martes, 19 de abril de 2016

Los jíbaros (reductores de cabeza)

           Los shuaras o "jíbaros" (nombre que pusieron los españoles a un pueblo amazónico que se encuentra en estas selvas, ahora pertenecientes a Ecuador y Perú) eran conocidos por una curiosa costumbre consistente en reducir las cabezas. Algo que hacían tanto a sus enemigos como a personas importantes de su comunidad.
         El procedimiento era, a  grandes rasgos, el que describo a continuación. Primero, cortaban la cabeza de la persona fallecida. Luego, con un cuchillo, realizan un preciso corte por la nuca para  tirar de la piel y poder desprender con cierta facilidad el cráneo, quitando así las partes blandas como el cerebro o los ojos. Seguidamente, se hierve esta piel en un agua que lleva unas plantas que recogen de la selva por tener ciertas propiedades muy útiles para la reducción.
      Retiran la cabeza tras un tiempo de cocción y comprobar que ha reducido bastante. El siguiente paso es coserle la boca e introducir una piedra dentro de ella (como si fuera un pequeño saco).  Una vez seco, este diminuto cráneo tiene varias funciones, ya que puede ser puesto en las lanzas (normalmente, el de sus enemigos como elemento disuasorio) o como ornamento y colgante, en miembros distinguidos de la comunidad.
       Aunque usualmente se dice que esta práctica se realizaba sólo con los enemigos, los guías me informaron que era una costumbre más extendida, que incluia también a personas de muy diferentes ámbitos.
         Hay que decir que esta costumbre ancestral desde hace tiempo no se practica.
         Os pongo aquí algunas instantáneas de unos dibujos explicativos del proceso de reducción que encontré en el museo Intiñan (situado en la mitad del mundo) cerca de Quito.
         Por cierto, la foto mia que os pongo es obligada en todos los que se acercan a la "mitad del mundo".



Con los últimos «Reductores de cabezas» del mundo
Los Shuar reciben a «Crónica» en su refugio ecuatoriano. Desvelan los secretos de su «arte». Se mantiene el mercado. La familia del juez Pedraz conserva tres, regaladas a su padre
SAMUEL MAYO
Pastaza (Ecuador)
A Yolanda Taish le gustaba ponerse flores en el pelo. No eran flores compradas ni arrancadas del campo, eran de esas que logran crecer entre las grietas del asfalto, en las calles de Sucúa. Caminaba a diario por esta ciudad de la Amazonia ecuatoriana buscando rincones con algún resto de comida. Había desarrollado la afilada imaginación de quien sobrevive a las noches durmiendo entre plásticos. Sólo así podía encontrar viejas cuerdas para decorar sus manos y tobillos, o para colgar en los hombros una bolsa donde cargaba todas sus posesiones. Fue vista por última vez el ocho de noviembre a orillas de un río que bordea la ciudad. Llevaba su mochila de plástico a la espalda. «No se molestaron en quitársela», dice el fiscal que lleva su caso, Humberto Tello. La encontraron decapitada.
Es la última de las seis víctimas que, desde el 2005, han aparecido sin cabeza en esta región. Todas tienen el mismo perfil: mujeres entre 20 y 30 años, sin identidad definida, sin dinero y, en la mayoría de los casos, sin familia. En una zona donde los archivos por homicidio se amontonan en los despachos, el caso de las mujeres decapitadas se ha convertido en uno de los más sonados del país. Lo que llamó la atención de los investigadores era la precisión y limpieza de los cortes en el cuello, en forma de «V» hacia el esternón y la espalda, o en horizontal a la altura de los hombros. Los informes forenses coinciden en señalar que el criminal conoce las herramientas y la técnica para decapitar. La noticia saltó cuando la fiscalía emitió su juicio sobre los hechos. Podría existir una red organizada de tráfico de tzantzas o cabezas reducidas.
El comercio no murió hace décadas, como se creía. Se sabe de coleccionistas de uno y otro lado del Atlántico que pagan, o pagaron, importantes cantidades por las tzantzas. A otros, como fue el caso de Santiago Pedraz, padre del juez homónimo, le fueron entregadas como un obsequio a principios de los 70 por una comunidad indígena agradecida. Un regalo del que nunca se quiso desprender. Así, con tres cabezas reducidas en la maleta, regresó a Madrid de sus años en América (fue subdirector de la agencia EFE en Brasil). Hasta su muerte las exhibió en una vitrina de su casa frente a La Vaguada. Y las peló. Porque a las cabezas les seguía creciendo el cabello. Hoy, muerto él y su esposa, las reliquias las heredó una de sus hijas. «Las conservamos. Son cabezas humanas, sí. Es muy curioso, a veces parece que aún les crece el pelo...», confirma el propio juez.
Lejos de Madrid, y de las vitrinas de los coleccionistas, el misterio de las nuevos decapitados abre investigaciones judiciales. Crónica se adentra en la selva de Ecuador en búsqueda de la tribu que podría resolver el interrogante de las nuevas muertes. Los últimos indígenas que redujeron cabezas en América son el pueblo shuar, etnia indígena que habita en la cuenca amazónica desde tiempos ancestrales. Sus ancianos conservan como un secreto la técnica del ritual que más fama ha dado a su cultura en el extranjero: la tzantza o reducir el cráneo de sus enemigos hasta dejarlo del tamaño de un puño.
A unos 50 kilómetros de Sucúa -donde decapitaron a Yolanda Taish- desde lo alto del monte de Tawasap, varios indígenas shuar con pintura roja sobre el rostro, aúllan como lobos para llamar a otros compañeros. Su eco se extiende por la selva. Dicen que a este monte llegaban los grandes jefes shuar para pasar temporadas de descanso y reflexión. Entre ellos se encontraba Kirup, el jíbaro cuyo nombre quedó grabado en la historia de la colonización: «Fue un gran guerrero que hizo beber oro a un general español antes de cortarle la cabeza».
Stalin Tzamarenda acaricia con su mano una lanza clavada en el suelo del centro ceremonial en Tawasap. Tiene 39 años y un árbol genealógico donde abundan los guerreros, entre ellos el legendario Kirup. Lo exhibe con orgullo en la piel, tatuada con cabezas de indígenas. Hace 75 años, dicen los historiadores, que se practicó el último ritual de lo que en el mundo shuar se conoce como tzantza sukurtin o «reducción de cabezas». Los shuar no hablan con facilidad de este ritual sagrado cuyo origen algunos estudios sitúan en la Polinesia.
EL MÉTODO
Fidel Tzamaraint Wisum tiene 66 años y es el jefe de la comunidad de Tawasap. Decora su cuerpo con colgantes de semillas y una corona de plumas. Recuerda como su padre Wajuyat le explicaba el ritual de la tzantza desde el centro ceremonial donde ahora se sienta. Habla en shuar. Su hijo Stalin traduce: «Nuestros antepasados eran reductores de cabezas. No se mata a cualquiera, se mata a los líderes más importantes para absorber su poder y conocimiento, para dominar a esos pueblos. Mataban y cortaban la cabeza para hacerse respetar».
La tzantza comienza con la planificación del ataque, haciendo sonar el tampur o tambor de guerra. «El guerrero que logre cortar la cabeza al jefe enemigo recibe mujeres, venenos y condecoraciones de su líder», afirma Tzamarenda. Cumplido el objetivo se inicia el rito. «El uwishint, jefe sabio, corta la cabeza del vencido desde la coronilla hasta la nuca, le arranca el cráneo para quedarse sólo con el cuero cabelludo, y lo hierve con plantas…». Introducen piedras calientes en la cabeza y se inicia el proceso de reducción; después de seis días siguiendo el mismo ritual, se le mete arena y se cose el corte; cierran la boca con agujas de madera de chonta y la cosen con una fibra natural conocida como kumai. También los ojos. «Se hace para que el guerrero no vuelva a ver la luz del sol, no vuelva a hablar, y su alma no pueda salir».
En el ritual de la tzantza intervienen chamanes para el proceso de purificación del alma, danzas y coros rítmicos, y toda una compleja cosmovisión cultural cuyo objetivo último era adueñarse de la fuerza del espíritu del guerrero vencido. Marych es la más anciana de la comunidad y la última de las seis mujeres del guerrero Wajuyat. Tiene 97 años, «contados desde que empezó a ser engendrada en el vientre», dice Stalin. Cierra los ojos y recuerda los cánticos que le enseñaba su madre: «Vamos a bailar, dancemos hasta el amanecer. Si yo lloro tú también llorarás». Habla del uajajmamu, la danza de la mujer durante la tzantza. «Se invocaba la protección del guerrero para que no llegaran enfermedades», afirma Marych. Era muy pequeña cuando sus padres la llevaron por primera y última vez a un ritual para reducir la cabeza a un jefe enemigo llamado Piyantza. Su familia protagonizó los últimos rituales que se recuerdan de la tzantza.
EN LA GUERRA CON PERÚ
Un clan rival redujo la cabeza a Kayuk, padre de Marych. Su abuela, Wuar, tuvo que regalar un shakap (cinturón simbólico que sólo las mujeres importantes se ponen en los rituales) al jefe enemigo para poner fin a la guerra en la parte sur de lo que hoy es la provincia de Morona Santiago... Estas últimas guerras tribales tuvieron lugar hace más de medio siglo, aunque para Stalin Tzamarenda, el recuerdo de la tzantza no es tan lejano. «Las últimas cabezas que se cortaron fueron en la guerra en 1995. Se cortaron mínimo 20 y se hizo tzantza a, al menos, a un comandante peruano (podría ser, con mayor exactitud, sólo un soldado)». Los shuar han sido reconocidos por su fortaleza en los conflictos bélicos. En la comunidad de Tawasap se entrenan en la actualidad fuerzas especiales del ejército ecuatoriano para aprender de los shuar las técnicas de supervivencia en la selva.
«Nuestra presencia en las guerras con Perú ha sido fundamental», afirma Stalin. En la década de los 90 se reabrió el conflicto fronterizo entre ambos países por el dominio del Alto Cenepa, en el corazón de la Amazonia, cuyos límites habían quedado definidos a partir del Protocolo de Brasil de 1975. El ejército de Ecuador creó tres cuerpos de élite formados por guerreros shuar: Los arutam, o «dios invisible»; los iwia, o «diablos de la selva», y los churuwia, o «halcón de las alturas». Los arutam e iwia eran especialmente temidos. Su resistencia física les permitía caminar ocho horas a diario alimentándose sólo de raíces y plantas. Podían aguantar hasta un mes en esas condiciones. Los shuar plantearon la tradicional guerra de guerrillas de sus ancestros, atacando en horas y en situaciones perfectamente planificadas, con armas como las bodoqueras, una especie de cerbatanas donde introducían venenos de plantas letales. En un lugar donde el radio de visión no es mayor de 20 metros, las emboscadas eran mortíferas para el ejército rival.
Pero quizá lo más temido para los peruanos fuera el miedo a «perder su cabeza». El comandante iwia, Marcelo Wasumba, recuerda cómo fue frustrado un intento de los arutam por realizar la tzantza: «Ellos le cortaron la cabeza a siete comandantes peruanos. Era una fiesta que había que celebrar con la tzantza. En el paso de Gualaquiza (sureste ecuatoriano), las cabezas fueron requisadas por el propio ejército de Ecuador porque hacer la tzantza era penado como un delito contra los derechos humanos».
La tzantza seguiría siendo un recuerdo histórico de guerras y disputas si no fuera porque el ocho de noviembre se encontró el cuerpo sin cabeza de la última de las seis mujeres que han sido decapitadas en la Amazonia ecuatoriana desde el 2005. «Son crímenes selectivos. Buscan víctimas cuyos cuerpos no susciten el interés de nadie», afirma el fiscal que dirige el caso, Huberto Tello. Ni siquiera se sabe el nombre de la penúltima mujer decapitada. Encontraron su cuerpo el pasado 30 de octubre arrojado a un río de la provincia de Pastaza. El informe forense es raquítico. Mujer mestiza de unos 30 años; uñas de pies y manos pintadas con los colores de la bandera ecuatoriana; embarazada de unos cuatro meses.
La fiscalía de Morona Santiago emitió su juicio sobre estos casos y sentenció: «Existe un interés de coleccionistas extranjeros por estas cabezas reducidas. Se paga mucho dinero por ellas», afirma Tello. En Internet se ofertan piezas por las que se llega a pagar hasta 150.000 dólares. Un atractivo que se remonta a décadas atrás. A principios del siglo XX, los exploradores intercambiaban carabinas Winchester por cabezas del tamaño de un puño. «Los museos de Europa y Estados Unidos empezaron a interesarse y a pedir tzantzas», afirma Juan Bottasso, misionero salesiano que trabajó durante la década de los 70 y 80 junto al pueblo shuar.
En 1999, la Federación Shuar logró llevar de Estados Unidos 12 tzantzas que habían llegado allí de manera clandestina. «Descubrimos que había todo un mercado negro en la Amazonia y que se pagaba más por las cabezas que tenían el pelo largo». Carlos Coba fue enviado por la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1974, junto a varios antropólogos y etnólogos, para estudiar la cultura de la población shuar.
De momento todo son hipótesis. Los investigadores tienen claro que el pueblo shuar debe quedar desvinculado de cualquier acusación. «Para los shuar es un ritual sagrado y no creo que se atrevan a hacer algo así por dinero», afirma el director nacional de investigaciones de Ecuador, José Cisneros. La comunidad shuar ha manifestado su más absoluto rechazo por estos «crímenes», que nada tienen que ver con el ritual que practicaban sus ancestros.
«Hemos vivido muchos años en guerras, ya no queremos saber nada de eso. No sabemos quienes están matando pero no somos responsables. Nuestra lucha ya no es la de reducir cabezas, es otra época. Nos han quitado territorio, tenemos problemas con petroleras, con la minería, faltan carreteras, colegios, hospitales… Yo no doy órdenes a los míos para que maten sino para que vivan, siembren, y se eduquen», afirma Fidel Tzamaraint, desde el corazón de la selva donde vivieron sus grandes guerreros.
EL SARGENTO SHUAR
Está dolido y atento. En la última semana han sido detenidos cuatro sospechosos, entre ellos un menor de edad. Todos pertenecen a la comunidad shuar de Domono, en la provincia de Morona Santiago. Un niño contó a su padre que le habían ofrecido «cortar una cabeza con una máquina a cambio de 3.000 dólares», según informa la Fiscalía provincial. La propia comunidad los entregó. Con la aprobación del centro penal, los detenidos fueron inexplicablemente expuestos ante las cámaras de televisión. Una comunidad shuar eufórica pedía justicia «popular». «Son sólo sospechosos, hay que tener mucho cuidado con esto», afirma el fiscal Tello.
Uno de los detenidos era dueño de un vehículo último modelo de 13.000 dólares, un precio «poco asequible» para ellos según el fiscal. El mayor de los detenidos es un sargento reservista del ejército ecuatoriano. Investigan si participó en las guerras con Perú y si fue miembro de la élite especial de los arutam. Un hombre que habría traicionado a los suyos reduciendo cabezas sólo por dinero. Sin ritual, sin batalla.

Los jibaros reductores de cabezas.


Impresionante esta cultura y sus costumbres sobre todo la de las famosas cabezas reducidas averiguemos algo mas sobre ellos.los jíbaros una de las pocas tribus que sobrevivieron a la invasión de América del Sur por los europeos.

La siniestra reputación de los jíbaros no se inicia con su encuentro con los blancos, ya que incluso los incas les temían. Hacia el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui ataca una provincia situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río Marañón. Sus soldados sienten una violenta repulsión hacia aquellos indios de la selva: no sólo son feroces combatientes, sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que queden más pequeñas que sus puños.Los incas ganaron la guerra pero no lograron someter del todo a los Jibaros que se refugiaron en las densas junglas sudamericanas.
la etnia tiene como enemigo hereditario a los achuaras, una tribu vecina. Sin embargo, los achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero.
El gran guerrero es aquel que mata más enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de guerra durante las fiestas tradicionales. Pretende, además, que el espíritu del muerto, el muisak, no vuelva para vengarse del asesinoel guerrero que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida, llamada tsantsa. La preparación de la cabeza dura varios días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Durante las fiestas, los guerreros lucen las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello... No hay razón para temerle a la cabeza tratada, donde e¡ rnuisak está encerrado para siempre,
A partir del siglo XIX, los jíbaros comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades buscadas por los coleccionistas y los museos, Un tráfico de falsos tsantsas sigue, por lo demás, en pleno auge. Hoy en día las comunidades de jíbaros, nunca totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se dice que se han seguido reduciendo algunos muisaks, a pesar de las severas leyes ecuatorianas y peruanas sobre esta materia.

El proceso es el siguiente:

Lo primero es, obviamente, cortar la cabeza al enemigo.
Con un cuchillo se hace un corte desde la nuca al cuello, se tira de la piel y se desprende del cráneo. Se desecha el cerebro, ojos y demás partes blandas, además de todos los huesos.
Se mete en agua hirviendo a la que se añade jugo de liana y otras hojas, lo que evita que se caiga el pelo. Se mantiene durante unos quince minutos aproximadamente; más tiempo la ablanda demasiado y es difícil impedir que no se pudra.
Se saca del agua (con un tamaño aproximado de la mitad del original) y se pone a secar.
Se raspa la piel por dentro para quitar restos de carne y evitar el mal olor y la putrefacción y se frota por dentro y por fuera con aceite de carapa.
Después se cose el corte de la nuca, los ojos y la boca, de manera que queda como una bolsa, en la que se echa una piedra del tamaño de un puño o el volumen equivalente en arena caliente.
Se cuelga sobre el fuego para desecarla poco a poco con el humo a la vez que se le va dando forma al cuero con una piedra caliente. En este proceso la cabeza acaba de reducirse.
Una vez seca la cabeza se vacia la arena y se tiñe la piel de negro.
Luego se introduce un cordón de algodón por un agujero practicado en la parte superior de la misma y se asegura en la abertura del cuello con un nudo o un palito atravesado.